Comentario
La caída del comunismo tuvo en Italia efectos mayores que en otras partes de Europa pues a la apariencia de la solidez del sistema político le siguió un súbito derrumbamiento. En efecto, en 1987 las elecciones parecieron demostrar que los italianos estaban de acuerdo con sus partidos. La DC obtuvo el 34% del voto, el PSI el 14% y el PCI el 26%. Los partidos regionalistas del Norte permanecían en esta fecha por debajo del 1% del sufragio. El socialista Craxi, mientras tanto, mantenía firme su propósito de lograr un partido capaz de ir conquistando el voto comunista que le dejaría reducido a un papel irrelevante en la política italiana. Las elecciones europeas de 1989 no parecieron significar ningún cambio. No obstante, a principios de 1990, Occhetto, el líder comunista, tomó la iniciativa de convertir el PC en PDS ("Partido Democrático de la Izquierda") tras el derrumbamiento del Muro de Berlín.
Pero el impulso renovador esencial vino de una ola de fondo de momento poco perceptible. En noviembre de 1987 tuvieron lugar varios referendums, uno de los cuales se refería a los procedimientos para procesar a los políticos. El partido radical venía utilizando este procedimiento para proponer cambios de fondo. Al mismo tiempo, el presidente Cossiga utilizó la televisión para embestir en contra de la clase política de la que él mismo formaba parte; luego, a pesar de haber sido elegido por el Parlamento, sólo quiso dimitir ante el pueblo. Un tercer factor de cambio nació de otro democristiano, Segni, en manifiesta contraposición con su propio partido. Defendió en junio de 1991 un sistema electoral de preferencia única para la Cámara de diputados y el mayoritario para el Senado como medios de combatir la corrupción política. En el referéndum convocado consiguió el 82% del voto, pese a que los grandes dirigentes políticos habían recomendado abstenerse.
Tras estos antecedentes, en las elecciones de abril de 1992 tuvo lugar un auténtico terremoto político. La Liga Norte, suma de partidos regionalistas cuyo dirigente Bossi había sido considerado hasta el momento como más digno de ironía que de preocupación política, llegó a superar el 8% del voto. La Democracia Cristiana quedó, así, cada vez más limitada el Sur caciquil de Italia mientras en Sicilia surgió también un movimiento reformador denominado "La rete". A comienzos de 1992 hizo su aparición en Milán un factor de ruptura política que se descubrió más importante todavía, la judicatura, que denunció las redes de intereses entre los partidos y los negocios. En los primeros meses de 1993 los jueces llegaron hasta la cúpula de la DCI y del PSI.
Mientras tanto, en la política nacional tenían lugar cambios importantes. En junio de 1992 nació un Gobierno cuatripartito que en apariencia apenas significaba novedad. Sin embargo, presidido por el técnico socialista Amato, tomó la decisión de enfrentarse con firmeza a la situación de la Hacienda. Convenció, incluso, a los sindicatos de revocar la escala móvil de salarios, que había sido hasta el momento algo intocable en la política italiana, e introdujo otras reformas en lo que respecta al empleo público, las pensiones y la sanidad. Con Ciampi, que le sucedió, se produjo otro cambio trascendental al entrar en el Gobierno algunos técnicos relacionados con el PDS.
La inminencia de unas nuevas elecciones produjo un intento de realineamiento político. Un propulsor de las reformas, Segni, intentó llegar a un acuerdo con Bossi, pero éste acabó decidiéndose por Berlusconi, un empresario de medios de comunicación, cuya campaña, poco provista de ideario, se basó en la promesa de un "nuevo milagro italiano". Celebradas en marzo de 1994 unas elecciones con una nueva ley mayoritaria, obtuvo la victoria el Polo de la libertad con 366 escaños frente a 213 de los progresistas y 46 del centrista Pacto por Italia. Por vez primera Italia pudo ser gobernada por una mayoría que no tenía nada que ver con el antifascismo de la Segunda Guerra Mundial: incluso el antiguo partido fascista se había reconvertido y figuraba como aliado de Bossi y Berlusconi.
Pero, al morir, la primera República no llegó a dar a luz a la segunda. La evidente falta de homogeneidad de la mayoría concluyó muy pronto con el Gobierno por una supuesta "traición" de Bossi. Al mismo tiempo, Berlusconi había sido acusado por los jueces junto con muchos miembros de la clase política con la que había tenido frecuentes y estrechos contactos. En abril de 1996 las elecciones dieron la victoria al Olivo, una alianza de izquierdas, con colaboración de Rifondazione Comunista, bastión de los ortodoxos del antiguo PCI. Al frente del Gobierno estuvo en un principio un técnico de procedencia democristiana, Prodi, cuyo mayor éxito fue conseguir mantener a la lira en el euro. Pero la definitiva institucionalización de una nueva Italia política quedaba pendiente como problema más relevante de cara el futuro.